BLACK MIRROR El futuro ya está aquí, y quizás no nos guste

Seguramente Black Mirror se ha convertido en la serie de TV que mejor refleja los miedos e incertidumbres que las nuevas tecnologías siembran entre nosotros.

Ala velocidad que evoluciona la tecnología no se nos hace extraño vernos en alguno de los escenarios que Black Mirror nos plantea. Su gran habilidad, construir futuros cercanos y reconocibles donde situar dilemas morales y éticos sobre el uso de la tecnología, con unos guiones y diálogos inteligentes, de los que te hacen pensar una vez terminado el capítulo. Ahora que ya hemos podido ver la tercera temporada es tiempo de revisar lo que ésta magnífica serie aporta.

Black Mirror arrancó en 2011 con una historia que no dejó indiferente a nadie, «El himno nacional». Quien no recuerda el dilema al que se enfrentaba el dirigente inglés tras el secuestro de la princesa… ese fue uno de sus principales aciertos, generar debate y controversia. Que al día siguiente hablásemos de ella como algo plausible, debatiendo sobre lo que «nosotros» habríamos hecho en esas condiciones.

El segundo capítulo, «15 millones de méritos», era una despiadada crítica al mundo de los concursos televisivos tan en boga donde se exprime emocionalmente al concursante y al espectador. Con referencias directas al 1984 de Orwell y su concepto de Gran hermano que todo lo ve y todo o controla. No muy lejos de algunos realities y concursos que ya podemos sintonizar en nuestras televisiones.

La primera temporada se despedía con «Toda tu historia». Nos planteaba algo con lo que todos soñamos, la posibilidad de grabar todo lo que vemos gracias a un dispositivo tipo «lentillas» para poder verlo de nuevo cuando queramos. Me recordó en algunos detalles a la película «Días extraños», no sólo por el planteamiento tecnológico, sino por lo que deriva de él. Nos hacía ver que un invento no es bueno ni malo, depende del uso que le demos y de cuánto dependamos de él. Y nos hacía reflexionar sobre el poder y la necesidad del olvido en las relaciones sociales. Un capítulo que cerraba por todo lo alto la primera temporada.

Y es que ese es otro de los aciertos de Black Mirror. Temporadas cortas, de tres o seis episodios, independientes entre si, con facturas visuales diferenciadas, pero con ese tronco en común que son las nuevas tecnologías y su repercusión en nuestros hábitos de vida en un futuro muy reconocible.

charlie_brookerEl artífice de ésta serie es el guionista Charlie Brooker, que firma todos los guiones, aunque no dirige ninguno de los capítulos. En la dirección nadie ha repetido más de dos veces, lo que acentúa que se trata de una serie donde prima lo que se cuenta por encima de cómo se cuenta.

Si después de ver Black Mirror te quedas con ganas de saber más de Brooker, te recomendamos ver Dead Set (muerte en el set), una miniserie de TV que escribió y dirigió en 2008. En la Inglaterra de 2009 una pandemia de proporciones bíblicas se está propagando por el país. Los muertos se levantan, y cada persona a la que muerden pasa a engrosar sus filas. Sólo un grupo de personas parece ajeno a la crisis: son los concursantes de Gran Hermano. Pero su tranquilidad va a durar muy poco tiempo…

Black Mirror tampoco alardea de grandes presupuestos ni increibles efectos especiales. En ese sentido estamos ante una serie de mínimos; qué hace falta para que una historia sea creible, aunque esté ambientada en el futuro. Y lo más importante, lo que no hace falta, el exhibicionismo de medios y efectos tan de moda, se queda fuera sino aporta algo al desarrollo de la historia. Toda una apuesta por el guión, los actores y la inteligencia del espectador.

Tras finalizar la primera temporada Black Mirror empezó a ser etiquetado casi como un oráculo sobre los peligros que del mal uso de la tecnología, o su no comprensión, que vendría a ser lo mismo. Ya dice la ley que el desconocimiento de una norma no exime de su cumplimiento… y es que en muchas de sus historias es fácil ver reflejada ésta sociedad que nos toca vivir, más preocupada por la estética o el reconocimiento social/virtual, que por pensar. Un caldo de cultivo ideal para que prolifere el egoismo, el control de la información por parte de oscuras corporaciones y el acceso indiscriminado a nuestra información confidencial.

En «1984» Orwell planteaba una sociedad manipulada, vigilada y domesticada, pero nos resultaba difícil vernos en ese contexto un tanto artificial. Ahí es donde Black Mirror tiene su mayor acierto, en plantear escenarios futuros perfectamente creibles, que no parece nada descabellado que terminen sucediendo. De hecho la ciencia se ha encargado en los últimos años de mostrarnos el camino. La AI (Inteligencia Artifical) avanza a pasos agigantados, y ya no nos sorpende que un «robot» gane a un campeón de ajedrez, o pilote un automóvil, un avión o una operación de alto riego. Asimov dio en la diana cuando publicó sus tres leyes de la robótica. Más pronto que tarde habrá que decidir bajo que normas éticas y bajo que leyes se deben «comportar» los robots.

Black Mirror bebe de muchas fuentes, su humor nos recordará en muchas ocasiones al Paul Verhoeven de Robocop, algunas historias parecen «inspiradas» en novelas de Stephen King, Aldous Huxley o Asimov. Y en ocasiones asoman entre plano y plano guiños a películas como Blade Runner, Her, Matrix, Sight, La Isla, Ex Machina…

La segunda temporada llegó con tres capítulos más emitidos en 2013, coronados por un especial navideño en 2014. «Ahora mismo vuelvo» especulaba con otro tipo de vida más allá de la muerte gracias a la información que hemos ido dejando en las redes sociales. «Oso blanco» y «El momento Waldo» cerraban la segunda trilogía, coronada por el especial navideño «Blanca navidad». Una segunda temporada que incidía en los problemas del mal uso de la información personal y en esa «nueva enfermedad» que nos acecha, caracterizada por un uso compulsivo de redes sociales y la manipulación de las masas a través de medios de comunicación bajo la inocente apariencia de dibujos, concursos… ¿Os suena de algo?

Lo mismo sucede con la información que circula en la nube, ese término que hasta hace apenas diez años era mera ciencia ficción. De cómo seamos capaces de gestionar su privacidad, el acceso de las empresas y gobiernos a ella, y el uso racional que nosotros mismos le demos, dependerá en buena medida nuestra libertad. Quizás suene demasiado tremendista. Quizás, pero ya es un hecho que después de visitar, que se yo, una página sobre mochilas de vinilo, empiezan a aprecer «misteriosamente» anuncios de ese tipo en el resto de páginas que visites durante varios días… y sabemos que eso no es casualidad.

Sabemos, o empezamos  saber, que hay miles de millones de boots «recorriendo» la red, analizando nuestros hábitos, nuestros gustos y nuestros comportamientos para después trazar predicciones de nuestro comportamiento y adelantarse a nuestras necesidades para «ofrecernos a un módico precio» soluciones a problemas que aun no tenemos, pero que ellos se encargarán de que nos preocupen.

Sobre esa premisa arranca la tercera temporada de Black Mirror, ahora bajo el paraguas de Netflix, que ha comprado la franquicia respetando su esencia, aunque enseguida han salido voces acusándola de haberse domesticado. Una opinión que no comparto. Más bien creo que nos estamos acostumbrando a ese estilo narrativo gracias al camino que ha abierto, y que no han tardado en imitar otras producciones. Con Netflix hemos pasado de tres a seis capítulos, y como es habitual en el canal, han sido publicados todos a la vez, dejando en manos del espectador su dosificación.

Seis capítulos que demuestran que Charlie Brooker sigue teniendo un muy buen ojo para analizar, diseccionar y especular, con bastenta puntería, por donde puede ir la forma en que nos enfrentamos y usamos las nuevas tecnologías. Asusta pensar en un futuro en el que nuestra reputación «virtual» valga más que la real, o que nos puedan realizar unos implantes que desvirtuen la realidad a gusto de los gobiernos. Asusta pensar lo vulnerable que son las nuevas tecnologías ante los ataques de hackers, más o menos organizados, más o menos gubernamentales.

Pero también nos hace soñar San Junipero, seguramente uno de los mejores capítulos de toda la serie, uno de esos escasos momentos en que Charlie Brooker parece reconciliarse con la tecnología para darnos esperanzas. Quizás para recordarnos que no todo está perdido.

Así que si a éstas alturas aun no has visto alguno o ninguno de los capítulos de Black Mirror deberías replanteartelo. Si, quizás te quede un regusto amargo después de algún capítulo. Quizás decidas cerrar todos tus perfiles sociales, tirar a la basura tu smartphone o dejar de ver concursos basura y realities donde se juega con la integridad y la dignidad de las personas. O quien sabe, quizás dejes de ver todas esas series de prime time que nos invaden con sus pretenciosas historias melodramáticas salidas de una antología de Corin Tellado. O peor aun, quizás dejes de creerte a pies juntillas todo lo que los periódicos, informativos y gurús de moda nos predican a modo de mantra para que nuestro nivel de preocupación/agobio/hartazgo nunca llegue a niveles peligrosos para su sistema.

Así que sí, quizás sea bueno que todos veamos Black Mirror y reflexionemos un poco sobre lo que esperamos de la tecnología en un futuro quizás no tan lejano.

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